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    Date cuenta de la obra de Cristo

    por Christoph Friedrich Blumhardt

    viernes, 16 de octubre de 2015

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    Extraído y traducido del nuevo libro Everyone Belongs to God (Todos pertenecen a Dios), cartas de un pastor de Alemania a su nuero misionero en China hace cien años.

    Si pones atención, siempre podrás encontrar señales de la obra de Dios (Hch 17:23). Dios siempre mueve, tanto en nuestro corazón como entre aquellos más cerca de nosotros. Pero si te ocupas demasiado con tu trabajo, no podrás ver lo que Dios está tratando de lograr, así como muchos no vieron la obra de Dios en el Salvador. Así que mantén tus ojos y orejas en alerta; y tan pronto como percibas algo de la obra de Dios, deja que te afecte.

    Si te enfocas solamente en el sinfín de necesidad y sufrimiento alrededor tuyo, pronto te encontrarás gimiendo y lamentando igual que los Israelitas en el desierto. Recuerda que Dios, “por su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo mediante la resurrección de Jesucristo” (1 Pet 1:3). Esto es el acontecimiento más importante que jamás ha pasado—la resurrección—y el resultado es la esperanza viva dentro de nuestro corazón. Con esta esperanza, todo se ve diferente y podemos proclamar la obra de Dios con confianza.

    Se hallan rastros tangibles de Jesucristo en todas la épocas (Hch 14:16-17). Nuestra aflicción no es porque no haya absolutamente nada de Dios que se percibe en este mundo, sino porque las lascivias carnales del mundo parecen exceder las pequeñas indicaciones del Espíritu de Dios; porque la vanidad de este mundo, lo perecedero y corruptible parecen tener la ventaja sobre la victoria que ganó Jesús en la cruz. Aun así, siempre está presente algo de la paz de Dios, que procede del Salvador resucitado. Aférrate a esto, venga lo que venga.

    Dios siempre está muy cerca; él no menosprecia a nadie. Si un corazón se muestra aún un poquito receptivo, él puede actuar y revelarse como El Viviente quien está presente (Mc 7:24-30). É l no duda en acercarse a nadie. En la época de Sócrates, Platón y Aristóteles, Dios se reveló, aunque naturalmente fue según el contexto de esa época (Rom 1:18-21). A pesar de las perspectivas de esa época de la historia—por ejemplo, se consideraba esencial la esclavitud, así como en los tiempos apostólicos—Dios se reveló de manera tan viva que nosotros todavía ganamos inspiración de ello hoy en día. Dios hasta podía revelar su gloria en la brutalidad de los Israelitas en los tiempos de la conquista de la tierra, y luego entre sus reyes.

    Jesús dijo, “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento” (Mt 5:17). Cuando llegamos a tierras extranjeras en el nombre de Jesús, deberíamos dar gracias a Dios que ya existe una ley o ética, en la cual podemos encontrar cumplimiento. ¿O pensamos que primero necesitamos inculcar a fuerzas las leyes de Moisés o los morales cristianos en la gente extranjera? Eso sería considerarse superior a Dios, cuyo espíritu estaba obrando mucho antes que llegáramos nosotros los cristianos (Hch 17:16-31).

    Al principio, tu influencia debería ser discreta. Con tal que no hagas obligatorias las costumbres de la cristiandad occidental, no incitarás oposición, y esto te beneficiará mucho. Evita toda provocación religiosa. Deja que Cristo obre y consuele a la gente a través de ti; ellos percibirán la diferencia entre lo que tú tratas de hacer, y lo que otros hacen. Esfuerzos agresivos por evangelizar no brotan del amor de Dios, sino del espíritu comercial.

    Anímate, y ¡que Dios dé su espíritu a cada uno que te encuentre! Recuerda, ellos no necesitan convertirse en ‘cristianos’ como nosotros. No es necesario ni siquiera mencionar la palabra. Quien haga la voluntad de Dios es un hijo del reino celestial, no importa si sigue las enseñanzas de Confucio, Buda, Mahoma o los Padres de la Iglesia. Cristo es el único que lleva verdad y vida a la gente. Todo está en sus manos.

    Donde hay clara revelación de Dios, las reglas sociales y políticas quedan en el olvido, y hasta las religiosas (Col 2:16-23). La revelación de Dios nos llega por medio de vidas humanas, pero finalmente es sólo Jesús quien produce lo nuevo y puro. Cambian constantemente las normas políticas y religiosas y costumbres culturales; todas pertenecen a lo humano y transitorio. Los verdaderos seguidores de Jesús nunca se sienten obligados a obedecerlas.

    Confucio, Buda y otros grandes personajes religiosos no son iguales a Cristo (Hch 4:12). Una civilización como la de China—así como otras en la historia humana—lucha realmente por un orden social. Pero Confucio no nos ofrece casi nada para saciar el anhelo más profundo. Una mera filosofía moral, por más significante que sea, no nos puede acercar a Dios.

    Sólo Cristo expresa claramente la naturaleza de Dios (Jn 14:6). Apartados de él, todos nuestros esfuerzos para cambiar la sociedad, desplomarán tan pronto como cambien las circunstancias exteriores. Cristo nos debe redimir de “la maldición de la ley” (Gal 3:13), para que podamos entrar en “la gloriosa libertad de los hijos de Dios “(Rom 8:21). Son la ley y la moralidad humana las que refrenan a muchas personas. Como me escribió mi padre cuando yo era joven, “Nuestras virtudes se han convertido en nuestro peor pecado.” Impiden que el Dios viviente pueda crear algo nuevo.

    Aunque profundos cambios externos pueden ocurrir sin una revelación de Dios, no hay nada más maravilloso que cuando Cristo mora dentro de uno. Cuando él está presente, brotará un manantial de agua viva, llevando vida verdadera a la gente (Juan 4:13-14). Esto es algo que sobrepasa la bondad humana. Lo que Dios dirige nunca puede destruirse, aun cuando las naciones sufren fracaso. Sólo donde el amor de Cristo reina se valoran a los humanos por quienes son, y todo lo demás—instituciones y costumbres sociales—toma segundo lugar y hasta se vuelve insignificante.

    La iglesia escondida de Jesucristo, de la cual puede salir algo del futuro de Dios, permanece y nunca morirá. Sólo están hechos harapos los mantos de la religión, la filosofía y el cristianismo. Nos hace falta un manto nuevo—uno hecho del puro amor de Dios y de la capacidad de recibirlo.
    people walking across the street in New York City
    Contribuido por ChristophFriedrichBlumhardt2 Christoph Friedrich Blumhardt

    Christoph Friedrich Blumhardt (1842-1919), pastor y socialista religioso, nació en Möttlingen, Alemania. Su padre fue el pastor y ensayista Johann Christoph Blumhardt.

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