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    illustration of the sun shining through a dark forest

    Corazón ardiente: La leyenda de Heliófero

    Un cuento para la Pascua

    por Relatado por Hardy Arnold

    miércoles, 17 de marzo de 2010

    Otros idiomas: Deutsch, 한국어, English

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    Basado en una leyenda rusa narrada por Maxim Gorski, Danko del corazón ardiente

    Había una vez una tribu perdida en un bosque inmenso y oscuro. Los arboles crecían tan pegados que sus ramas se entrelazaban y la luz del sol no podía penetrar. Las fieras del bosque atacaban a la gente, especialmente a los niños, si, en sus juegos, vagaban demasiado lejos de sus padres. Por eso, todos vivían siempre en el temor a la muerte y la exterminación. Habían perdido toda esperanza, y la desesperación se apoderaba de sus almas.

    Las tinieblas negras habían ahogado toda la luz en sus corazones. Ya no sentían amor el uno al otro. Hasta mataban a sus compañeros en su rabia. Pero los ataques de las fieras, contra los cuales nadie podía defenderse solo, los forzaban a quedarse juntos. Dejaban de esperar hallar la salida del bosque, y muchos de los jóvenes ya no creían en la luz que nunca habían visto. Se burlaban de los ancianos cuando, con la última lumbre débil apangándose en sus ojos, les contaban de los días festivos y soleados de su juventud.

    woodcut of hands holding light

    Ilustraciones de Lisa Toth

    Pero había entre la gente un joven que se llamaba Heliófero. Sólo él lamentaba los sufrimientos de su pueblo y buscaba su salvación. Entre toda la desolación que le arrodeaba, siempre sostenía en su corazón una añoranza por la luz y el amor. Un día Heliófero dejó a su gente para buscar el sol. Por muchos meses y años andaba por los peligros del bosque y de su propia alma, y a veces, muchas veces, casi perdió toda esperanza y confianza.

    Pero Heliófero resistió sus enemigos, dentro de su alma y a alrededor, y por fín logró salir del bosque. Vio la luz del sol. En su asombro de incredulidad se desmayó, y cuando se despertó vio en el ocaso una gente linda que lo había guardado mientras dormía. En los campos verdes vio las casitas sencillas de esta gente, y Heliófero vivió con ellos en infinita paz y felicidad como el más amado entre los seres humanos.

    Entonces Heliófero regresó al bosque para buscar a su pueblo. "Vengan hermanos y hermanas," les dijo, "Los voy a guiar a la luz." Con esto había murmullos y ceños fruncidos, dudas e indecisión, asombro y preguntas, risotadas de incredulidad, y finalmente un gran "¡Si!" de alegría. Y entonces, por fin, la partida tan anhelada.

    Y la luz del sol brillaba en los ojos de Heliófero, pero el camino era largo y arduo y costó muchos sacrificios y sufrimientos. Y de la gente empezaron a surgir las quejas. Algunos se expresaron, "¡Vamos a matarlo, el traidor del pueblo!" Y un odio oscuro hirvió en sus ojos. Otros eran más sabios y dijeron, "No, déjanos juzgarlo en la presencia de todos – es peligroso dar a la gente un mártir." Entonces Heliófero habló con su gente. Habló de la luz y del amor. Pero los sabios respondieron, "¡Mentiroso! ¡No existe la luz, no existe el sol, no existe el amor! ¡Déjanos ser más oscuros que el bosque, y más crueles que las fieras! ¡Sólo entonces dominamos el bosque!"

    Con pena inmensa Heliófero respondió, "No crean, mis hermanos, que puedan vencer la oscuridad haciéndose más oscuros, ni que puedan sojuzgar las fieras haciéndose más horrorosos. Sólo el amor es más fuerte. Sólo la luz del sol puede ahuyentar la oscuridad."

    "¡Cállate!" gritaron los sabios, "¡No existe la luz, no existe el sol!"

    Y la gente rugió, retorciéndose en su desesperación desquiciada, voceando, "¡No existe la luz, no existe el sol!"

    Pero Heliófero gritó, "¡Síganme!" Y con sus uñas desgarró su pecho, y su corazón ardía de amor e iluminó el bosque oscuro. Entonces, tomándolo en las manos, lo alzó muy alto sobre su cabeza, y marchó delante de su gente.

    En asombro reverente y en silencio la multitud siguió el corazón ardiente.

    Y la gente corrió con júbilo hacia el sol. Bailaron en sus rayos cariñosos, y el amor se despertó en sus corazones. Pero Heliófero se cayó en el borde del bosque. Con la última fuerza de sus brazos, levantó su corazón, que pulsaba con amor, hacia la luz del cielo. Y regaló su última sonrisa a su gente.

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